Amanecí en un charco mi propia sangre. La cría y el futuro
se me habían empezado a escurrir por entre las piernas desde antes del
amanecer. Las contracciones me empezaron a las 4 de la mañana y se extendieron
durante dos horas. Las peores fueron las de las 6 am. Me puse en cuclillas para
ayudarme con el dolor. Lo que me estaba pasando era similar a un parto y la
postura ayudó, pero no por mucho tiempo, mis piernas no resistieron la posición
por mucho más rato, estaba demasiado cansada y dolorida. Me tumbé de costado
sobre la cama y el dolor regresó, pero mi cuerpo ya estaba tan agotado que me
quedé profundamente dormida en cosa de minutos.
Lo peor fue al día siguiente. No paré de sangrar. Tenía la sensación de estar
partida por la mitad. Salían coágulos y los hilos de sangre se me pegaban a los
muslos. La carne que alguna vez fue sólida se escurría entre mis piernas y
dejaba tristes gotas por donde caminaba. Creo que él estaba más asustado que
yo, más enojado que yo aunque no adiviné para nada el motivo. Durante ese día
ni siquiera nos miramos. Terminé quedándome en el sillón pensando entre el odio
y soledad. Era el segundo hijo que se me escapaba. Entonces lloré por mí, por
él, por aquella semilla que se había despegado de mi vientre una vez más, por
mi pasado, por mi corazón cansado, por la sangre que aún corría por mis venas y
daba cuenta de toda la cadena de causalidades que me habían llevado a aquella
casa a las afueras de una ciudad tan lejana del suelo que me sintió nacer.
Lloré de rabia, de vergüenza, de soledad, de tristeza y de llanto. La maternidad
se me negaba una vez más. El mundo es un lugar justo, justamente porque es
injusto con todos. Mis ansias de maternidad eran ahogadas una vez más por mi
imposibilidad de conseguir un trabajo que me diera el suficiente dinero para
vivir, porque hasta donde yo había vivido en el mundo, trabajar para tener
dignidad era ya un privilegio y no un derecho. A la vida ya no le era permitido
venir cuando tuviera que venir, sino cuando yo tuviera cierto tiempo de ser
explotada por otros para otros.
El embarazo no había ocurrido por error, y si había sido
así, era porque mi vida entera lo era. No había sido ni un error ni una
pendejada. Había sido un acierto a destiempo, un acierto imposible. Había
ocurrido mediado, no por el deseo, sino por el amor, y como todo lo que se hace
por amor, está más allá del bien y del mal.
A las 7 pm estaba acostada en el sillón con el cuerpo
dolorido, recordando el sueño que tuve el día del ultrasonido: yo tendida en la
cama despertando sobre un charco de sangre y los calzones empapados de rojo, la
madre muerta de él llevándose a su nieto no nato por la ventana. Algunas
pesadillas son premonitorias, otras sólo son mis miedos. Él seguía metido en su
dolor, pero yo comenzaba a sentir hambre y a sentirme demasiado abandonada,
tanto como para sentirme vulnerable si el sangrado se salía de control. Me paré
con dificultad y lentamente guardé mis cosas. Llorando le pregunté en qué
quedábamos, si seguía contando con él para lo que siguiera o si lo comenzaba a
resolver yo sola. Me dijo que no me podía ir, que no estaba bien para irme, y
que si me iba nada de lo que habíamos hecho tendría sentido. Yo le dije que me
sentía lo suficientemente bien como para llegar a casa de mis padres, y que si
algo me pasaba, seguro no me dejarían morir. Me dijo que hiciera lo que
quisiera. Contesté que no era lo que yo quería, que era lo que tenía que hacer,
que sentía que estaba peor mi presencia ahí, y que además tenía mucha hambre,
que había estado perdiendo mucha sangre y necesitaba comer para recuperarme,
que entendía que fuera una situación difícil, que yo también me sentía mal,
pero que pese a los sentimientos, en ese momento nos ocupaban cosas más
importantes como que yo pudiera comer para recuperar la sangre perdida o que me
dijera que seguía.
Una mariposa negra entró a la habitación. Mis ojos se
volvieron a llenar de lágrimas. Era la energía de muerte. Una mariposa que
venía a llevarse de nuevo hacia el Kósmos la energía de nuestro capricornio no
nacido. Pequeña singularidad que ascendería hasta la noche sin fin. Ahí, en la
inmensidad ingrávida de la oscuridad eterna estaría nuestra conexión. La muerte
había entrado a la habitación, también como una premonición de lluvia. Ya casi
era verano.
No te vayas todavía, voy a
conseguir comida. Me volvió a acostar en la cama. Me llevó de comer caldo, y
cuando terminamos de comer por fin me abrazó, creo que se echó a llorar. Yo
también lloré.. otra vez. No sé si él lloraba por lo mismo que yo. Lo escuché
murmurar que me amaba. Yo lloraba por nuestro primer intento de familia, por no
haber podido sostener el peso de nuestro hijo, por tener que darle otro
doloroso adiós a la semilla del amor. Por no poder darla a luz, por tener que
darla a la noche de nuevo. Partos oscuros son los abortos. A veces el amor debe
nacer a la muerte y a la noche.
Ayer en la noche me senté con él a la orilla del mar. Volví a ver una mariposa
nocturna volando sobre las aguas oscuras de la otra madre originaria. La
energía de muerte me, seguía, nos seguía. Lo que vino nunca se va. Lo que es y
fue siempre será. Dios es infinito. La pequeña energía que creamos es ya otra
mota de polvo cósmico, alimento para la vida, que siempre es vida… y que hoy,
que hay otra mariposa negra en el umbral de mi puerta, se montará en sus alas y
se fundirá en la noche para siempre. No di a luz, di a la oscuridad. Y yo que
le pedí y le pedí a Madre Kali ser madre. Madre gatos negros y de mariposas
nocturnas.
Yo no dudo que volveremos al camino él y yo. Pero hay cosas que hacer primero.
No necesito más para saber que es con él con quien yo quiero estar y regresar
para dar a luz…
Al aborto siguió la consciencia brutal de ser adultos. La
consciencia de que crear implica la absoluta responsabilidad de lo creado,
hasta que lo creado adquiera autonomía. Cobramos consciencia de que el mundo
era material y no sólo espiritual. Es verdad que el dinero no se come, ni la
moneda se respira, pero sin dinero, en el cruel juego humano actual, no hay
comida. No dudo aún hoy que sea él con quien yo quiero cultivar un humano, con
el que quiero la revolución y la construcción de mi propia utopía, pero para
eso urge pactar un poco con el demonio y ofrendar nuestro tiempo y sueño a la
maquinaria social de poder. A los dos nos gusta trabajar, y por eso no queremos
cualquier trabajo: hay cosas que hacer antes, pero para eso también se necesita
dinero.
Dinero, dinero, dinero, ¡aprende algo dinero!
Por suerte yo tenía dinero ahorrado de la última vez que
trabajé y pude hacerme responsable de las citas médicas, el misoprostol,
vitaminas y demás. Pude hacerme responsable de mi aborto, pero no de mi hija o
hijo, eso fue quizá lo que nos hizo sentir más impotentes, y emerger de nuestro
sueño individual de la sobrevivencia y resistencia: No, para ser y hacer en
este mundo se necesita algo más que valores, consciencia o amor, se necesita
también materia: comida, casa, salud, vestido, agua, energía. También queremos
autonomía e independencia… que se consiguen con el poderoso caballero, don
dinero.
Entonces nos surgió el tema del proyecto, y de las
condiciones concretas surgió el plan de autoexplotarnos. Una forma honorable de
conseguir dinero para realizar todo lo demás: largarnos a vivir a Veracruz en
un par de años; pero el problema es que para iniciar ese trabajo también se
necesita dinero. Para nuestro contexto la respuesta era fácil: vender drogas.
¿Cuántas onzas de marihuana tengo que vender para poder comprar una hielera
decente? Y más importante ¿por qué la marihuana ahora se mide en onzas y no en
gramos?
Una vez más lo reafirmo. Ya no hay ambiente de las drogas,
las drogas son el único ambiente, el único ambiente de mi generación para mi
generación. Si no las consumes, las vendes o produces es porque haces todo lo
anterior o porque no eres de esta generación. Una empresa socialmente
responsable que ofrece una entrada de dinero para los que se empeñan
mórbidamente en su sobrevivencia.
Yo no sé cómo terminé embarazándome de un diler, pero heme aquí a mis 25
vueltas al sol no saliendo con un drogadicto, sino con un vendedor de drogas.
Recuerdo que era de lo que me burlaba con Emiliano sobre la Polla Aria,
deseando la legalización de las drogas por su posición de consumidor. Decíamos
que nosotros estábamos del lado del distribuidor y del productor, y que esa
vida estaba de la verga. Yo ya no me lo imagino, yo estoy de ese lado de la
vida, y esa vida está de la verga. No tener dinero está de la verga. Que se
saque más varo de vender drogas que de hacer música o artesanías, está de la
verga, que salga mejor vender drogas a enseñar español en una preparatoria,
está de la verga. Abortar porque no tienes dinero ni trabajo, está de la verga.
Que vender drogas te permita conservar mejor tu integridad moral que cualquier
otra chamba, está ultra de la verga. Sobrevivir con 200 pesos a la semana está
de la verga. En fin, el capitalismo está de la verga, pero uno que tiene ese
defecto de amar la vida y se niega mucho a que la propia vida esté de la verga,
tiene que hacer lo que debe que hacer.